Candy 66 no tiene precedentes en la historia del metal venezolano.

Esto era lo que se leía en el rostro de cada uno de los asistentes de la tan sonada Sesión V-Rock de la Fundación Nuevas Bandas. Si bien es una iniciativa que ya lleva algunos años, en la que distintos músicos de la movida caraqueña unían sus fuerzas para brindar tributo a alguna banda en especial, es primera vez —si la memoria no me falla— que dichas fuerzas colindaban por las fronteras de un género tan vapuleado como lo es el metal.

Mil cosas podrían detallarse de esos 20 años. Mil tarimas. Mil públicos. Mil ciudades. Mil no sé qués  de las que solo hablarían los involucrados directos, los rodies, los sonidistas y algún declive anecdótico.

20 años. 20 años. 20 años. Mi retrato de Candy 66 se remonta a los días de la vieja Puma TV. Sonaba “Madre”. ¿Quién pensaría que aquel tema, con un vídeo quimérico de su presentación en el Caracas Pop Festival, sería la Madre de todos los himnos de una generación 20 años después?

Eso pensaba al momento de ingresar a las instalaciones del Teaxtrex. El backline ya desfilaba en la pequeña tarima del anfiteatro como monolitos a la espera de alguna señal fuera de este mundo. Si entrecerraba los ojos, el juego de luces transformaban los amplificadores en gigantes detrás de unos arbustos. Los asientos vacíos eran parte de aquel público silencioso, expectante, quizá recordando, como yo, la primera vez que pude ver a los 66 en una vieja hacienda llamada el Arroyito, junto con otras bandas de principios del 2000 que, de una u otra forma, le debieron algo a Candy 66 en mayor o menor plazo.

—Queríamos hacer esto desde hace un tiempo —dice Max, dando tumbos de aquí para allá—. Ahora, ya con 20 años, tenemos la excusa perfecta.

Maximiliano Manzano es una de las piezas fundamentales de este ajedrez. Su contribución al metal nacional dentro del campo radial tiene un peso tan grande como su género predilecto. Llámenlo amor, vocación o profesionalidad, pero su mano metalera dentro de la Fundación Nuevas Bandas es —y sigue siendo— intachable, llena de criterio e ímpetu.

Como de costumbre, mis recuerdos me llevan a su contribución con Subsonus, otra banda de Nu Metal que bebió de Candy 66; y de allí salta para Allegro Chacaito, específicamente a un ciclo de conciertos emergentes por el 2006; quizá la primera vez donde lo vi pateando calle y coordinando parte de una movida en crecimiento. Nuestros caminos volverían a cruzarse en el Festival Nuevas Bandas 2015, donde tuve el honor de participar con Rudras.

El Metal siempre se las arregla.

Aún faltan par de horas. Veo algunos stands de bebidas; iniciativas privadas que creía perdidas, o capaz las he olvidado sin saberlo. Una venta de discos. Sonrío. Algunas camisas negras revoloteando me indican que solo Candy 66 puede sacarnos debajo de las piedras.

—La única vez que me he quedado fuera del recinto por no haber espacio, ha sido un concierto de los 66 —dice el viejo yo ante los fotogramas de la memoria del viejo Centro Cultural de Chacao. La única cola que he hecho por gusto, así no haya obtenido lo que quería.

Es irónico. Candy 66 se ha esparcido por el mundo; es una banda fragmentada como muchas otras a causa de un declive cultural, económico y social.

Sin embargo, hace poco volvieron a tocar en Chile.

No sé qué se sentirá ver rostros conocidos en un país que no es el tuyo, reencontrarte con la energía criolla en tierras foráneas, reconectar los instrumentos con la esperanza de que Santiago sea, al menos por unos instantes, una pequeña Caracas, un reflejo de lo que pudo ser y no es.

He allí la grandeza. Si hay una banda que puede transportarnos a un país que ya no existe, es Candy 66.

La Sesión V-Rock comienza con la ráfaga de distorsión esperada. “Ven a ver cómo revienta”, corean los asientos que ya no están vacíos. Y esos versos pronto se fundirán con “Eres mi canción sin nombre”, “Todo ha cambiado, nada ha quedado ya” “Despierta tu mente enferma”, “Madre de Dios, sálvame”, “Es lo que te hace libre, usa toda tu fe”. Frases lapidarias, que sabemos de dónde provienen, que escupen toda una trayectoria, que escriben parte de nuestra historia, de nuestra adolescencia.

La banda de la sesión se pudo entender con lo que Candy 66 significa. No importa si tal o cual vocalista, guitarrista, bajista, baterista y tecladista no proviniesen de una banda extrema: comprendieron que los puentes que los unen a las gargantas que corean están hechos de una piedra angular; todos los caminos llevan a Jean Carlos Oliveira, Gustavo y José Morantes, Ray Díaz, Felipe Grüber; todos los universos en el que el rock venezolano es estudiado conducen a P. O. P, A+, Nueva Guerra.

—Para mí es arrechísimo estar aquí en esta tarima —dice sonriente Johan Adrián antes de interpretar los temas duros de la noche, aquellos que días después causarán un dolor de cuello de los mil infiernos—. Cuidado una rata…

Ciertamente, somos los mismos de ayer, fuimos los mismos de ayer.

Vino el coñazo a la cara, a banda completa, con volumen a tope. “No fui yo el que tomó tu foto, soy el mismo de ayer”.

El Teatrex fue la Hacienda el Arroyito, el Galpunk de San Antonio, el Molino, un toque en los Caobos donde los punks y los true defendían no sé qué cosas a cambio de una botella de ron, la plaza Alfredo Sadel, la Plaza la Castella, la voz de Jean Carlos indicando que si alguien caía en el moshpit, lo levantasen; fue San Cristobal.

Candy 66 fue una geografía incontable…

Una genealogía que reúne a Laberinto, Agresión, Subsonus, Ohmio, Liquet, X Rated, Después de Vieja. Fueron unos chamos en una sala de ensayo, dándole y dándole a los mismos cuatro acordes porque los vieron en el Teletón Coca Cola; fueron aquel viejo comercial de Diablitos Underwood, el Nuevas Bandas, el Unión Rock Show, el Sibelius Fest, el Basta de Balas, la cinta de VHS que grabaste cuando pasaban el vídeo por TV.

Candy 66 fue una geografía incontable, una genealogía que reúne a Laberinto, Agresión, Subsonus, Ohmio, Liquet, X Rated, Después de Vieja. Fueron unos chamos en una sala de ensayo, dándole y dándole a los mismos cuatro acordes porque los vieron en el Teletón Coca Cola; fueron aquel viejo comercial de Diablitos Underwood, el Nuevas Bandas, el Unión Rock Show, el Sibelius Fest, el Basta de Balas, la cinta de VHS que grabaste cuando pasaban el vídeo por TV.

Allí estábamos al terminar. Los miembros del ensamble se tomaban fotos con el público; hasta ese momento se lo podemos deber a Candy 66; y eso mientras esperamos un pronto retorno, una pronta visita, como los viejos amigos que todavía queremos creer que seguimos siendo; una vieja remanencia de libertad, una viejo repeluzno de rebeldía y de juventud. Somos sombras en el Sol.